Años 1947-1950: años difíciles. Exposiciones.

“Cien Acuarelas sobre temas ferroviarios”.

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Texto de Juan Cantelly en la Crónica de Arte para la presentación de la Exposición de 1950
Galería 5
 

  La acuarela, considerada como técnica menor y preciosista si se la compara con el óleo o el temple de nuestros clásicos, ha alcanzado en los últimos tiempos rango estético de primera línea al ser cultivada por auténticos temperamentos pictóricos que nos desdeñaron para sus trabajos el delicioso juego del agua y los colores transparentes. Un posimpresionismo cultivado en España por loa acuarelistas ha llevado esta técnica a una gran perfección y a lograr obras de verdadero mérito.
En este mes de octubre, mes que en Madrid suele ser inaugurar de las exposiciones pictóricas de la temporada, sin duda el único acontecimientos que este año se nos ofrece, al menos en su primera quincena, lo constituye esta exposición de cien acuarelas sobre temas ferroviarios que se exhiben en los salones del Museo de Arte Moderno. La exposición ha sido organizada conjuntamente por la revista ·”Trenes” y la Agrupación Española de Acuarelistas.
El tren como tema literario y pictórico había suscitado con frecuencia la curiosidad de los escritores y pintores de principios de siglo. Bien es cierto que tanto los literatos como los pintores se habían orientado, más que hacia el tren como elemento que pudiéramos llamar decorativo del artificial paisaje ferroviario y al tren mismo dentro del paisaje natural o ajeno a él, se habían sentido atraídos por la anécdota de tipo dramático o melodramático, siempre saturado de una atmósfera sentimental o de falsa sociología. Quizá fue el cine quien ha revelado estéticamente el tren. Ya desde sus albores aparecen los brillos de las primitivas máquinas con sombreros de copa, los vahos y humaredas que envuelven las majestuosas locomotoras en movimiento. Desde la “Llegada de un a tren a Vincennes” de Pathé, que ya repetía el tema iniciado por Lumière, y los primeros experimentos de Edison, hasta “El expreso azul” de Traubert, y “Alarma en el Expreso” de Hitchcook, pasando por “La rueda” de Gance, y por varios centenares de películas correspondientes a todas las etapas del cine durante estos cincuenta años, la preferencia del cine por el tren y por los paisajes con horizontes de humos y chimeneas o las perspectivas de sugerentes carriles ferroviarios, dentro del más variado paisaje rural, ha sido persistente. El cine ha sido el que nos ha enseñado a ver el tren como tema estético en sí mismo, con independencia de la variada anécdota a que puede dar lugar la composición de un tren que ha de cruzar un determinado país.
Y del cine pasó la sugestión del tren como tema plástico a la pintura, y muy especialmente a la acuarela, técnica más apropiada para recoger esos juegos de brillos metálicos, de máquinas, carriles, aparatos de señales plantados en el paisaje y los variados tonos de los humos y los vapores, tan propicios ara el lucimiento de las tintas de colores.

Ahora con esta exposición de temas ferroviarios realizados a la acuarela, en la que toman parte unos cincuenta artistas, el tren y los múltiples ambientes, tanto interiores como exteriores, que lo rodean ha sido enfocado desde todos los ángulos visuales, si bien, con raras y magníficas excepciones, se ha recurridos a la anécdota, y ésta siempre con tinte de humor o de caricatura. Casi todas las obras expuestas tienden más a ofrecernos el tren y el paisaje ferroviario que lo envuelve desde el exterior. El ferrocarril de estas cien acuarelas es casi siempre el tren como elemento plástico en el paisaje campesino o ferroviario –estaciones, depósitos de máquinas, acumulación de elementos en las proximidades de las grandes estaciones-, sin apenas abordar los temas humanos que también el tren suscita en un temperamento de artistas, aun sin caer en el falsamente anecdótico de los pintores de principios de siglo. El tema preferido ha sido el visual, o sea el tren en su paisaje, con independencia de los elementos humanos que intervienen en su composición. Ha habido algunas excepciones, que destacaremos oportunamente. Creemos que las máquinas, las bielas, los aparatos de señales, el horizonte de chimeneas de vapor y humos ferroviarios son indudables elementos plásticos, pero fríos. Necesitarían esos guardaagujas, guardabarreras, fogoneros, mozos de estación y en algún caso los viajeros para dar al paisaje ferroviario un poco de calor de humanidad. Para demostrar que el tren está hecho para el hombre, a su servicio, y no como simple elementos decorativos en un medio urbano o rural.
Aquí empieza a ser necesaria la selección de algunos cuadros de esta nutrida exposición ferroviaria. Es necesario destacar en primerísimo lugar, y atendiendo a las razones expuestas, aparte la indudable superioridad sobre la mayoría de lo presentado, dos acuarelas de Puyol, que, además del dominio de la técnica –no hace falta presentar a este pintor, que es bien conocido-, destaca en este caso concreto por ser casi el único que humaniza el tema ferroviario. En los cuadros de Puyol no encontramos sólo máquinas, raíles, humos, cables y aparatos de señales. Puyol aborda el tren por dentro con humor y gracia. Así, en ese magnífico “Bodegón de tercera” nos da todo el poema del pan, queso, bota y botijo en un vagón de tercera clase, en el cual, además de las excelentes calidades pictóricas de los objetos y los alimentos destinados al abundante yantar de un viajero castellano, ibérico, descubrimos todo el ambiente característico de un tren español que de pronto adquiere dimensiones sociales y humanas. No es menos importante la estampa que nos da Puyol en otro cuadro titulado “1900”. Se trata de una estación de aquella curiosa época en que para viajar iban las gentes acorazadas de ropas, equipajes y pertrechos. El cuadro representa el pintoresco documento de una de aquellas estaciones de principios de siglo, abigarrada de personas anhelantes, envueltas en trajes complicados, maletas y sacos de viaje. También este tema resulta muy humano, a la vez que pintoresco y saturado de fino humor.
Hay en la exposición otros cuadros que representan escenas en el interior de un vagón; pero la anécdota es desagradable y tiende a la caricatura, con lo que pierde calidad y empaque.
Hecha esta primera clasificación, y ya enfrentados con el tren como tema puramente plástico, que va desde los primeros planos de máquinas a los paisajes típicamente ferroviarios, podemos destacar, entre otras estampas muy características, dos de Eduardo Vicente, que dentro de su conocida técnica nos da la emoción tristona de una estación de pueblo y la poesía tierna de esa jovencita guardabarrera que en el borde de un camino rural vigila el paso de un tren de vía estrecha que pasa dos veces por día –ida y vuelta- hacia el villorrio cercano. También nos ofrece esa misma emoción temática Jesús Bernal con el “Paso al Tren”. Asimismo merecen destacarse algunas cosas de Juan Francés Mexía, la de Galindo: “Carbonilla”, “Cerro Negro” y “Maquina aislada”. Las de Lloverás: “Depósito de Máquinas” y “La Atómica”. Y casi en la misma línea pudieran destacarse más, pues en general la exposición está llena de cosas bien conseguidas. El conjunto es como un gran “documental” que abarca desde los trenes de 1900 hasta el actual y modernísimo TALGO, reproducido con escaso mérito artístico por Yrayzoz.
En general, la obra presentada es muy discreta y merecen sus organizadores, el éxito alcanzado por esta exposición colectiva de acuarelas con el tema ferroviario como pie forzado.