Ramón Puyol nació en Algeciras en 1.907, concretamente
el 25 de Febrero, en una casa que aún existe con el número
6 del callejón de Jesús. Una calle que ahora, precisamente,
se llama José Román, en homenaje a aquel pintor, escultor,
caricaturista y tantas cosas más, tío precisamente de
Puyol.
Los padres de Ramón fueron Miguel Puyol Aljama
y doña Lucía Román Corzánego.
Algeciras era entonces una ciudad pequeña y blanca, ceñida
aun por los restos de murallas árabes, últimos vestigios
de aquella plaza fuerte “la más importante de Andalucía”
según los cronistas de la época. Era el Algeciras romántica
del muelle de madera y los barquitos de Gibraltar.
Aquel 1.907, había sido un año importante para nuestra
ciudad. Habían sucedido algunos hechos destacables: la feria
se había trasladado al 2º domingo de Junio, Don Emilio Santacana
había sido nombrado hijo predilecto, don Antonio Armenta había
inventado un idioma parecido al Esperanto, se había entrado en
posesión del legado de D. Agustín Bálsamo, y se
había solicitado para nuestra población el título
de “Muy Hospitalaria”.
En aquel 1.907, además, el nombre de Algeciras aún tenía
resonancia en la prensa extranjera, por los elogios que de ella hicieron
los representantes extranjeros, cuando la famosa Conferencia Internacional
sobre Marruecos clausurada pocos meses antes.
Y, como una campana más, de este repique que ensalza la ciudad,
un algecireño de fuste acaba de ver la luz primera en aquella
casa del barrio de San Isidro, y recibe el nombre de Ramón, Ramón
Puyol, un nombre que, como habría de ocurrir tarde o temprano,
acabaría rotulando una importante calle de su ciudad natal. Y
así ha sucedido.
La niñez de Ramón, como hijo de padres acomodados transcurre
plácidamente.
Los mejores profesores, los mejores colegios –él recuerda
el del Padre Puelles, muy cerca de su casa- van sembrando la simiente
de la cultura en la mente del joven Puyol. Él, por su parte,
profundamente inteligente, asimila con prisa, cuanto llega a su conocimiento,
y ya con diez o doce años es motivo de admiración conversar
con él o verlo pintar con gran maestría todo lo que alcanzaba
a su vista.
Él me contaba, que con la tablitas de las cajas de puros de Gibraltar,
hacía sus primeros cuadros. Y, recordaba, un día, que
siendo muy niño, se presentó en la Playa de los Ladrillos,
con un pequeño caballete y su paleta llena de colores, para pintar
el Peñón con todo el realismo de tenerlo frente a frente.
Pero el sitio no debió estar muy bien elegido, porque a poco
de iniciado su trabajo, aparecieron dos carabineros y los echaron de
allí sin contemplaciones ...
Sería para ver a nuestro joven artista, con todos sus preparativos
y su trajecito de pantalón bombacho colocado a la orilla del
mar, y en plena faena. Aquél pantalón bombacho fue el
que movió a una vecina a preguntarle a su madre: “¿Doña
Lucía, porqué ha dejado usted al niño ‘que
se meta a inglés’ ”?...
Y a Ramón, a los trece años el horizonte se le achica
y quiere volar. Su genio que ya apuntaba alto, como su apellido –Puyol
quiere decir elevación- siente la necesidad de dar ese gran salto
obligado de todos los artistas: Madrid.
Su madre se resiste. Madrid está tan lejos. El niño tiene
sólo trece años ... Pero la tenacidad del artistas se
impone: al fin su madre accede y Ramón aparece un buen día
por Madrid.
En
Madrid, aún adolescente
El primer problema aflora enseguida. En la Escuela de Bellas Artes de
San Fernando, no se puede ingresar hasta los quince años y Ramón
tiene solamente trece. ¡Ah, pero nuestro hombre no desiste¡.
La burocracia no puede matar sus sueños. Por arte de magia la
fecha de algún documento es modificada y Ramón, al fin
ingresa en la Escuela.
Naturalmente, es el más pequeño de los alumnos. Esto le
vale que sus compañeros le llamen “el niño”,
y que así lo sigan conociendo después.
Pero no se limita solamente a asistir a las clases. Al mismo tiempo
consigue trabajo en la Editorial Mercurio. En su primera visita a la
editorial el portero, al ver su aspecto infantil, ni siquiera lo deja
entrar por la puerta principal y tiene que hacerlo por la de servicio.
Su única tarjeta de presentación es una carpeta con sus
dibujos.
Por fin, consigue que uno de los jefes vea sus trabajos. Pero aquel
caballero no se cree que aquellos dibujos admirables puedan haber sido
creados por aquel pequeño que tiene delante: “¡Si
me demuestras que esto lo has hecho tu, entonces hablaremos¡”.
Y nuestro artista se someta a la prueba: lo encierran en una habitación,
le dan los útiles precisos, y ¡a trabajar¡.
Cuando horas más tarde, el director ve los dibujos exclama: “Esto
se publica la semana que viene”.
Ha nacido la firma Puyol.
Ramón escribe a su casa: “Mamá, no me mandes dinero”.
Dª Lucía se asusta: ¿En que extraño lío
puede haberse metido su hijo? Los mayores horrores pasan por la mente
de aquella buena madre. Y escribe enseguida a sus parientes y amigos
de Madrid: “Vigilad al niño –les pide algustiada-
es muy sospechoso que no necesite dinero”.
Al fin todo se aclara. Lo que pasa es loque sucede raramente en España
–un milagro- que el genio se cotiza.
Las mejores revistas de aquella época empiezan a publicar dibujos
de Puyol: “La Esfera” “Mundo Gráfico”,
etc., etc.
Termina brillantemente Puyol su carrera artística en la Escuela
de San Fernando, y cuando apenas cuenta diecinueve años es pensionado
para estudiar en Roma. El algecireño es el becado más
joven de España. Por algo será.
En Italia asimila rápidamente todo lo que aquel gran pueblo aporta
al arte universal. Y de allí marcha a París. En la capital
francesa estudiando en la sala dedicada a España, descubre Ramón
su cualidad de cartelista, que más tarde ejercería en
nuestro país. Allí, en Francia conoce la Cassandre, el
artista más importante en esta modalidad del cartel. La amistad
con el gran maestro francés y la admiración que su obra
despierta en Puyol, afianza aún más su decisión
de practicar esta apasionante técnica del arte.